domingo, 23 de febrero de 2014

Desesperación - Texto recobrado dos veces

"Pala es una herramienta, un instrumento. Abra es una forma del verbo abrir. Por lo tanto, la palabra es, al mismo tiempo, instrumento y puerta."
Ziraldo


Eso que está en la punta de la lengua, lo que se pensó, pero no se dijo; lo que se escribió, pero no se mandó; lo que quedó para siempre en casi, por que no se pudo.
"Como los besos que nos quedan en la boca", los mails no enviados. Las cosas no dichas. O las palabras que de pronto se encuentran, incluso cuando parece imposible.

“Bruscamente, mi madre nos mandaba callar. Su rostro se alzaba. Su mirada se alejaba de nosotros, se perdía en el vacío. Su mano se extendía sobre nosotros en medio del silencio. Mamá buscaba una palabra. Todo se detenía de pronto. Nada más existía de pronto.
Abstraída, lejana, intentaba, con la mirada clavada en nada, centelleante, que la palabra que tenía en la punta de la lengua volviera a ella en el silencio. Nosotros también estábamos en el borde de sus labios. Estábamos al acecho, como ella. La ayudábamos con nuestro silencio, con toda la fuerza de nuestro silencio. Sabíamos que haría volver la palabra perdida, la palabra que la desesperaba. Daba una voz, alucinada, con su masa vacilante en el aire.
Y su rostro se serenaba. La encontraba: la pronunciaba como un prodigio. Era un prodigio. Toda palabra recobrada es un prodigio." escribió Pascal Quignard.

Las palabras. Su presencia. Su falta.
Recobrar. Perder.
La palabra  atragantada hace herida, y tal vez mata. 
Pero, también  puede ser asesina la palabra dicha.

¿Entonces?

La desesperación por las palabras, siempre.



domingo, 16 de febrero de 2014

Dimenticare

“Como si me hubieran educado en un hueco.”
Andrés Neuman



“… y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada.”
Jorge Luis Borges



Rota en la rotura misma, pienso en una acción: Recordar: “Volver a pasar por el corazón”, leo. ¿Volver a pasar por el corazón?, me pregunto.
El corazón, ese órgano que no para nunca de bombear.
No, realmente no creo que recordar sea eso. Un órgano incansable que nunca para. No.

En griego kardia se refiere tanto al corazón como al estómago. Pasar por el estómago me suena más. Pero tampoco.
Recordar: Traer hacia adelante cosas que no siempre sabíamos que teníamos dentro. Algo así. Investigo. Lo relacionan con “aprender de memoria”. Y leo textualmente las traducciones de aprender de memoria: en inglés “learn by heart”, en francés “par coer”.  
Antiguamente se creía que la sede de la memoria estaba en el corazón, pero luego parece ser que se mudó. Los italianos lograron algo distinto en la mudanza: Olvidar. Dimenticare, cuya traducción, dicen, es sacar de la mente.
Mudarse de sede, de casa, de lugar, mudar la piel. Habitar un lugar y de pronto deshabitarlo.

Repito: olvidar, sacar algo de la mente, también del corazón del estómago, de las manos, de las piernas, de los ojos. Extirpar.
Pienso en el hueco que queda cuando se saca algo. ¿Tiene lugar un hueco?

El rencor hace hueco. Resentimiento arriesgado y persistente, la definición de rencor. Sí, podría ser eso el rencor. Un recuerdo que no se va y duele.
E inevitablemente escucho el tango: “rencor mi viejo rencor dejame olvidar…”

¿Qué nos deja olvidar? Eso que creíamos tan nimio pero sigue en nosotros, eso que creímos inolvidable, y se nos fue. 
El problema es cuando deseamos olvidar algo que insiste en quedarse.
Y aquí, en este punto, es cuando vuelvo a dimenticare… sacar de la mente.

¿Cómo, carajo, cómo?… ¿Cómo se hace para sacar?




 (Buenos Aires, 2013)

martes, 11 de febrero de 2014

Tener café


Café de mañana

La cafetera de vidrio cae y se rompe.
Pruebo otra, con filtro.
El filtro también se rompe.
Además me quemo con el mango de la pava, que cae sobre el fuego. 

El café  pasa por el filtro roto.
La mañana me sorprende así, descafeinada.
Y entonces me acuerdo de Fernández, siempre cayendo. 
El café está listo al fin, gracias al colador, y su aroma lo invade todo.
Cayendo, me levanto. 

(Buenos Aires, 1997)

Ayer, tuve que salir a comprar muy temprano. Odio despertarme y que no haya café.
Aunque no lo tome, necesito saber que tengo café en casa, que puedo prepararme uno si quiero. 
Al volver, por la calle Campillo, cayó de un árbol un gato que me ronroneo por un mimo.
Ese ronroneo me hizo recordar otra mañana, en otra calle, en otra casa, en otra vida.
Y a otra gata: Miguelita, que se la pasó casi veinte años por mis bordes e interiores, tan pero tan cerca.

“La vida es una herida absurda” canta Goyeneche en la radio del vecino. 
Y si, la vida como dice el tango, es una herida absurda. Aunque hay que estar atentos, porque la herida de pronto sonríe, aunque rápidamente sangre.

Entonces, otra vez cayendo, me levanto.





 (El Fernández de este texto vive en Historias a Fernández, de Ema Wolf, 
maravilloso personaje que cae, y escucha)

sábado, 1 de febrero de 2014

Las cenizas de mamá


Tuve que mentirle, Sofía. Es que no hay modo de que lo entienda. Ya te dije, le dio mil vueltas al asunto, insistía en venir. Y no podemos dejar que venga ahora, con lo que pasó. Además, este apuro de golpe, después de tantos años de no venir. No sé vos qué pensás. Le dije que estaba con mucho trabajo, que no daba. Y que además Buenos Aires en enero es terrible, el calor es infernal. No me molesta el calor dijo. Tu hermano nunca soporta que yo le diga que no, desde chiquito. Que vos no estabas para visitas, que tenías mucho que estudiar y trabajar, que los exámenes te ponían mal  y te agarraba la anorexia esa que no comés nada, vos sabés que es verdad. Nada probás. No me discutas vos ahora que te estoy contando. El insistía y la verdad es que no pueden venir. No hay modo de que entiendan, ni él ni su mujer. ¿Vos no lo entendés tampoco? ¿O sí?

¿Y entonces para qué seguís insistiendo que les cuente? No podemos contarles la verdad sobre mamá. Pero si viste como es tu hermano. Todo perfecto. No entiende que acá es distinto, que no tenemos aire acondicionado, ni tres autos, ni cuarto para huéspedes. Que acá vos y tu marido duermen en la única pieza y yo en el living con los animales. Que lo único que falta es que ponga de excusa  a los animales, me dijo que te dijera que estás loca de tener tantos perros, y eso que no saben que tu departamento es dos ambientes y que al mío nos lo comimos hace tiempo con la enfermedad.  Y tampoco saben de tu gata, la que te regaló Rodríguez. Todo lo que yo les digo les parece ridículo. Al fin y al cabo lo que él quiere es ver las cenizas de mamá. Hubieran venido cuando murió y se acababa el problema. Pero no vinieron.

Mi hijo con sus aires de grandeza. Eliseo mi hijo que no me quiere, porque tu hermano nunca me quiso, lo sabés. Claro, él tiene su vida allá en Miami, se va de paseo por el Coconut Grove, o se va a Key West, como cuando fuiste a ver la casa de Heminguay  con él y con mamá –que todavía estaba viva- y volviste como loca, feliz de que Heminguay como vos tuviera animales y una casa en cada pueblo (eso vos no tenés pero querés) y su escritorio y esos jardines. Ellos no entienden nada, hablan hasta por los codos y no escuchan.
Le cayó la ficha de la muerte de mamá a tu hermano, ya sé, tenés razón. Pero bueno, ellos no estaban acá cuando mamá más los necesitó. Vos estabas, vos traías, llevabas, acompañabas. Vos, tu marido y hasta  tu “amigo” Rodríguez estuvo.
Pero él no entiende que pasó el tiempo, que vos ya sos grande, que estás casada, que laburás, que estudiás y hacés tus cosas. Y que lo tenés a Rodríguez que te arrastra el ala incluso delante de tu marido, porque aunque no me lo digas yo no me chupo el dedo. Vivimos juntos, Sofía, soy viejo pero no estúpido.

Pero volviendo a Eliseo,  parece que se acordó de repente de mamá y está obsesionado con que le dijiste que ibas a cambiar la urna. Entonces le dije que vos no querías verlo... ¿Qué por qué le mentí? Qué sé yo, algo le tenía que decir.

Le repetí que no podemos, que este es un mes complicado, que mejor en otro momento, pero él me siguió jodiendo: con la urna, con vos, que cómo que estamos tan ocupados si son las vacaciones, que mejor momento no vamos a encontrar...
Le dije que yo no estaba para recibir visitas, que me disculparan, que las cosas no andaban bien. El caradura sabés lo que me dijo: ¿cuándo estuvo bien nuestra familia? Ahí me pudrí. No sabes lo qué fue la conversación, tu hermano me decía: basta, papá, basta de poner excusas tontas y que se contradicen entre sí. Pasame con Sofía.
¿Qué querías que les dijera? ¿La verdad…? ¿Te parece que le podía decir la verdad?

Que estabas en el bar con Rodríguez, arreglando lo del cambio de urna, y que entonces de pronto Rodríguez te dijo, perdón Sofía, ese no es tu auto y que vos saliste con él atrás, (eso no es raro porque Rodríguez siempre está atrás tuyo) pero que saliste pero no pudiste hacer nada. Se lo robaron al auto. ¿Eso querías que le dijera a tu hermano?
Que te fuiste a la comisaría a hacer la denuncia. Que el oficial te hizo esperar un montón, y Rodríguez ahí, como un perrito faldero, con la urna violeta,
que era el color preferido de tu vieja, no como la que elegí yo, de madera común.
Y que después de una hora en la que estarías de arrumacos con Rodríguez  el oficial te atendió, agarró su máquina de escribir, eso menos que nada me lo van a creer. Que en algunas  comisarías de acá en pleno siglo XXI no usen computadoras para las denuncias les va a parecer ciencia ficción.
Que el oficial te hizo las preguntas de rigor y luego te dijo que le listaras las pertenencias que tenías en el auto.

Y que vos, que te encantan las listas, listaste nomás:

- Un cricket
- Un auxilio mecánico
- Un bolso con libros de poesía
- Una valija con libros de cuentos
- Las cenizas de mi mamá.

No Sofía, nadie te cree cuando decís la verdad.